Océano y arena que se ama,
agua para el existir.
Mujer que te llamas playa,
éres sol de muchos días,
vistiéndome de verde.
Te llamas noche y mediodía
arropada con la piel de besos,
profundos y claros,
con sabor a mar.
Todo nos amó entre abrazos:
- el farol de la esquina,
una casa,
una pájaro cantante,
el teléfono,
la ansiedad,
la llegada,
la espera no larga-.
La emoción ilimitada, fértil,
nos regaló “te quieros”,
cuando en la selva blanca de la noche,
rompimos límites del éxtasis
y develamos misterios nuestros.
El universo nos pertenecía,
creciendo por entre
tu cabello negro,
y el encierro condenatorio
de mis brazos.
Fimos deshilando
los versos de la dicha,
y una profunda voz de la tierra,
esparció en nosotros primaveras.
Ahora en cada amanecer,
estalla toda tu belleza,
llenando techos y paredes de recuerdos,
contagiando con tu nombre
relojes y almanaques.
Eduardo A. Bello Martínez
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