Y al tercer día creó el hombre a dios
a su imagen y semejanza lo creó
y lo más extraño y misterioso
es que solo varón lo creó.
Tomó el barro de sus deseos
y le dio forma humana
porque los montes no le hablaban
y los volcanes solo
escupían el ardiente fuego.
Luego de crearlo
insufló el aliento de su deseo de eternidad
en las narices de su desolado dios.
Después de siglos ese dios cobró vida propia:
era celoso y egoísta
su voz sonaba a trueno y a zarza ardiente.
La destrucción y el genocidio fue su ley y venganza
por los siglos de los siglos de su limitada vida.
Pero un iniciado judío
acostumbrado a moldear la madera
le dio un toque femenino y lo llamó Padre
le injertó un corazón esclavo
lleno de perdón y paz.
Y este nuevo dios derrotado y vencedor
permanece en su derrota de amor:
ama a los pobres y a la pobreza
mientras tanto sus creadores
desaparecen, van y vienen
esparciendo su ilusoria fe
y las malas nuevas
de que un mundo nos espera
en los juegos teológicos
en el engaño metafísico
en el sempiterno vacío de la fe.