No bajo antiguas sombra, sino
bajo un cielo roído
y pálido, sólo dos metros más alto,
están las lajas que los ocultan, sonoras
por lo hueco de la tierra, abajo.
El promontorio se desmorona en el mar.
Pero, en fin, sólo era tierra estéril, arrimada
de espaldas al agua, encerrada
entre el murallón del puerto y el gasómetro. Incendia
la lona del cielo, a veces, un resplandor.
Todos aquí vendremos, de uno en uno,
y solo podremos esperarnos el horror
del cielo encima del pecho, el golpear
sordo, bajo tierra, del agua, el ruído
de este incesante desmoronarnos en el mar.