Joseponce1978

Cuando te miro

Te miro cuando

permaneces entimismada.

Lo hago de reojo

para no interferir

en tu ensoñación:

Soslayando tus pensamientos.

Y aunque clavo mis ojos

en los tuyos,

con la mirada enfoco

todo tu absorto rostro.

De repente vuelves en ti

y me sorprendes

contemplándote indiscretamente

sin darme tiempo

a hacerme el desentendido.

¿Por qué me miras?

Me preguntas de sopetón.

Porque me gusta mirarte,

es así de simple.

¿ Y por qué te gusta?

No sabría decirte,

sobre gustos

nada hay escrito.

Imagino que será instintivo.

Como el girasol

pero de reojo.

 

COLOREANDO LA VIDA (26 de febrero de 2020)

En la mañana de ayer fui a comprar un kit de pintar figuritas de escayola con témperas, y después de comer nos pusimos manos a la obra. Has tomado la costumbre de ponerte a ver vídeos en el teléfono móvil y no quiero que adoptes el hábito de su uso excesivo. En este mundo actual, regido por la electrónica y la informática, por una parte es bueno que aprendáis a desenvolveros desde pequeños en el manejo de los dispositivos electrónicos, pero sin abusar de ellos, ya que puede terminar convirtiéndose en una adicción. Para evitar llegar a este punto y mantenerte distraída, a diario intento buscar alguna actividad y así desviar tu atención de las pantallas táctiles e ir ejercitando tu creatividad.

El juego constaba de 6 figuritas representando animales marinos, como una tortuga, un pulpo, 2 peces o un cangrejo, para lo cual decidimos alternarnos con el pincel y pintar 3 cada uno. Empezaste tú eligiendo el caballito de mar. Querías pintarle el cuerpo verde y como no había de ese color, te conté la historia del origen de los colores:

-Cuando nació la tierra, solo existía el otoño, de modo que todas las hojas de las plantas eran amarillas. Entonces el cielo se puso muy triste ante aquel otoño sempiterno, empezó a llorar y sus lágrimas azules, al mezclarse con el amarillo de las hojas, toda la vegetación fue tomando los distintos tonos de verde que hoy conocemos-. tú escuchabas atentamente y para demostrártelo, eché unas gotas de témpera azul en papel, le agregué unas gotas amarillas y fui removiendo la mezcla hasta obtener pintura verde esperanza.

- ¡Qué guay, papá! ¿Y si yo echo pintura amarilla en el mar, se volvería verde?

- Tal vez, mi vida, pero el mar es bonito tal como está, con sus algas verdes y sus arrecifes coralinos de colorines.

- Tienes razón, papá-. Y continuabas pintando y limpiando el pincel en agua cuando terminabas con un color para cambiar a otro.

Entre emocionantes pinceladas pasamos un rato bastante agradable. Cuando ya habíamos pintado todas las piezas, te comenté que iba a gobernarme algún molde y una bolsita de escayola para hacer nuestras propias figuras antes de pintarlas, y que pudieses ir viendo las distintas fases del proceso de creación de las figuras. A colación de esto, me vino a la cabeza un recuerdo de mi infancia que guardo bien fresco en la memoria.

Tu abuelo, y en general toda la estirpe de los Ponces hasta donde yo conozco, somos personas incapaces de permanecer con las neuronas en reposo y continuamente tenemos que estar inventando algo. Pues bien, a tu abuelo, como digo, cuando era joven se le ocurrió hacer un experimento con la escayola... cogió un día una olla de barro grande, en el fondo le practicó un agujero pequeño con un buril, con el suficiente diámetro como para pasar por él una cañita, llenó el recipiente de yeso fresco, metió la cara dentro de la masa y con una paciencia de santo, permaneció con media cabeza dentro durante un par de horas, respirando por la cañita hasta que el yeso se secó y se puso duro. Me contaba que al momento de retirar la cara del yeso, le costó horrores, sobre todo porque se tuvo que dejar la mitad de sus pobladas cejas incrustadas en el intento, pero al fin consiguió obtener lo que se había propuesto: un molde de su rostro. Una vez conseguido el molde y tapar el agujerito con un poco de masilla, ya solo tenía que rellenar con escayola líquida el molde de yeso y dejarlo secar hasta obtener una reprodución exacta en relieve de su cara, hecha de escayola, pudiendo repetir la operación para sacar tantas caras como le viniese en gana. Mi abuela paterna falleció cuando yo tenía 7 años, y desde entonces no volví a entrar en su casa, pues sus herederos la vendieron poco después, pero aún guardo nítida en la memoria la cara de mi padre colgada sobre la puerta de entrada al patio trasero de su casa, tal fue la impresión que me causó. De no haber visto el resultado con mis propios ojos, me hubiera resultado complicado creer la historia de la creación del molde para fabricar rostros pétreos.