Oigo pequeños cristales,
rompen en turbia ventana,
hacen del piso un espejo
donde reflejo impura ánima.
Gotas empañan el vidrio
se deslizan cuál cascada,
inunda el árido mundo,
inunda el seno de casa.
En tenue y suave rocío
te cubres o abres refugio,
siento que con cada trueno
llama para hacerme suyo.
Sal conmigo en tempestad,
moja nuestra cara y pena,
desprende y nos purifica
nuestra mente negra e inquieta.
Empapa de extremo a extremo
siéntela bajo los pies,
su gélida compañía
peregrinando en la piel.
No me vayas a soltar
que quiero sentirme vivo,
pisemos fuerte y salpica
juguemos como dos niños.
Luz que resquebraja el cielo
cuyo rugido se aplaza,
interrumpe el raciocinio,
verdugo de nuestra calma.
Ven por mi que aquí te espero
en la costa de esperanza,
calla mar en brava cólera
cuando tomas la palabra.
Atrapadas en las hojas
rocío danza en el viento,
de la gran copa ella cae
como si lloviera luego.
Después de gran sinfonía
solo me trae gran paz,
cada nota de agua turbia
ansío por reiterar.