Viento,
que me quieres fuerte
agitando tu alma
pero me quieres débil,
mansa a tus reveses;
que traes manzanas
a mi valle sin huertos
llevando de él mi agua
como noria a tu molino
y levantas las aspas
enardeciendo los incendios
que consumen el hito.
Viento,
que me quieres inmóvil
para labrar mi tierra
removida
por tu lluvia blanca
que se abandona
procurada, fiel
a tu recuerdo latente
y olvidas su cosecha
para el provecho táctil
de otro granero...
Viento,
que me quieres luz
compitiendo al sol
por tan solo un rayo
de tu piel altanera
y tu cabello de luna...
que me quieres sombra
entre los besos
que mides a precisión
sobre los hombros
de tus inagotables deseos.
Viento,
que me quieres miel
y silencio
devorado al arte
y al llanto de las horas...
que me quieres hiel
al celo que ponen mar y cielo,
y persiguen
las manos limpias
de anunciación
a los espejismos de tus sueños.
Viento,
arrojado, viril...
siempre del Oriente;
del cauce y la sangre;
del asfalto y la vereda.
Tú, la sinfonía incierta
de la canción sabida;
contemplación
y latido hirviente
de las esperanzas
y los labios
trasvasándo las delicias
del tembloroso aliento.
Viento,
que me quieres paz,
cuando en el cañizal
me abandonas
y estremece tu toque
la levadura y las palabras;
que me quieres péndulo
y hoguera;
ave diurna
planeando la noche;
hélice, tu cuerpo;
mi horizonte,
mástil sin vela...
vaso de intimidad
al destino sumiso
del vaivén
de tus dulcedumbres.
Viento,
ajeno a la pasión
y al temple
de la entraña
que no adviertes...
Viento,
que me pides pausa
sosegada y precisa;
vuelta, huida;
cerca, lejos,
y el murmullo,
al rincón del sollozo
sonoro y sereno.
Viento,
que pides atrio y cumbre
en la guarda
de un jardín secreto;
que pides
piel que hurtas
impresa de los aromas
y las lisonjas de tus dedos.
Viento impetuoso,
que egoísta
no despiertas al roce
de la voz que te venera...
Viento,
que necio,
incomprendido de mí
y de tus delirios,
no admites
que viento eres;
que yo no lo era;
que viento me arrastras
tú, tu ser
y las deshoras crueles...
¡Ves que no puedes pedirle nada
al mismísimo viento!
porque te perderás en mí...
¡porque en ti me pierdo!
porque ambos,
somos del viento...
Yamel Murillo
A corazón abierto.
Caleidoscopio©
D.R. 2015