Llega la hora que dejas la tierra,
donde tus primaverales ojos,
irrigan de verde las arterias del prado.
El niveo matiz de tu piel,
tersa de blanco las hortensias.
La tarde se viste de silencio,
como los nidos en invierno,
tu voz como acordes de una guitarra,
mumura dulcemente una copla,
adormeciendo el último compás del día.
En la noche eres el más bello lucero,
hilada y luciendo en un collar de estrellas.
Son tus pómulos cascadas de blancos cometas,
cirios que alumbran el eclipse de tu boca,
el cerrojo del cofre de tus lunas llenas.
Desde la azotea de mi amor te bebo,
tu centelleo gotea una sed en mi retina.
Como cómplices luciérnagas,
renacen estos versos en una estrella fugaz,
que repunta de nuevo hasta tu cielo.
Llega la hora en que dejas el cielo y
tus primaverales ojos, encalan de nuevo el prado.
El niveo matiz de tu piel, tersa de blanco las hortensias,
tu voz, acordes de una guitarra entonando una copla,
declama mi poema para ti... en cada nuevo día.