Partir no es tan malo
es salir de la rutina, es trastocar la realidad.
Es esperanzador la despedida de los amigos
¿quién sabe los volveré a ver?.
Algunas veces con el nudo en la garganta
otras con las lagrimas corriendo por las mejillas
otras veces simplemente con el adiós de las manos.
Siempre nos estamos yendo
ensayamos los adioses mas truculentos
para despedirnos de nosotros mismos
y de los que no queremos abandonar.
Ay adioses que duelen
mas que la vida misma,
llevan la impronta del nunca jamás.
Son las despedidas del hijo que muere
de la esposa que se aleja subrepticiamente
para no volver jamás y deja un beso como
recuerdo con aroma de flor y sabor de arena.
También hay otros adioses
que marcan y tatúan la vida
dejándonos sus recuerdos como
santos y señas de que los amamos;
la de los parientes que nos encariñaron
y que parten inexorablemente´
Duele hasta los tuétanos
de los huesos decirles adiós.
Allí el alma se nos empequeñece
se nos estruja el corazón
el latido se vuelve queja
y los ojos se vuelcan en ríos de llanto.
No hay consuelo que nos devuelva
la risa del abuelo, el beso de la madre
la palmada cómplice del padre.
Todos los asuntos terminan en una lápida
sellada con cemento o con tierra cayendo
sobre el frio féretro que guarda al amado.
Allí el adiós se vuelve espiritual.
Por primera vez sentimos que somos finito,
que nuestra existencia esta sujeta
a dejar partir a quienes amamos
hasta el día en que partiremos
con una simple mirada por despedida.