Hoy, hasta las piedras miran un cielo mortecino,
y se fuga un silencio en no sé qué fuego
de una tarde que sangra mientras vive y muere luego
en la noche de tu muerte, luz de todo camino.
Señor, que perdonaste aún en la agonía
al que de tu dolor y lágrimas se mofaba,
que por ser hijo de de Dios no te aprobaba,
no alcanzó a ver que ya el mal perdía.
Y del pecado sus días fueron contados
cuando tus ojos se cerraron al desamparo,
ignorando los demonios del hombre ser derrotados,
pues tu redención brindó un obsequio claro
a quienes de su ruina pueden ser reedificados;
felices quienes te aman, pues por ti son amados.