Y luego me dí cuenta,
que tu generosidad de mentiras
e hiperbólicos cumplidos
disimulaban tu ser inacabado.
Y que el sabor de tu astucia,
en aquel entonces, sedó mi piel,
con inyecciones de carícias
que podrían haberme matado.
Y nunca fui tan ambigua,
Y nunca me sentí tan en trance,
como en aquella tarde de Mayo,
en la que no recuerdo el día.
Y ahora me doy cuenta,
del riesgo de enamorarse,
que en vida de libre albedrío
cualquiera puede encadenarse.
¿O no es costumbre?