No pertenezco a la estirpe de los héroes
ni fui engendrado por dioses inmortales.
No desgajé la cabeza de Medusa
ni contraje nupcias con las constelaciones.
No construí ciudades ni leyendas,
no fui adicto al mayor de los oráculos
en los santuarios de la antigua Grecia.
No tuve padres cuyos actos crueles
me arrojaran infante a la desgracia
sobre las ondas de furiosos mares
con pretextos falaces e imprudentes,
aunque disfruto temerarias aventuras
que pueden llevarme hasta el final
de los abismos donde no hay regreso.
Deidades femeninas me brindaron
su protección apasionada y tierna,
cuando no sus traiciones desmedidas
al no ser el galán de sus desvelos.
De manos misteriosas recibí
elementos fatalmente promisorios
para el funesto ejercicio de la guerra,
que no propugno, pero acepto impávido
cuando los caudillos de la oscuridad
deciden merodear por mis haciendas.
Conquisté también alguna vez
las sandalias del poderoso Hermes,
junto con el zurrón donde recluyo,
no la gorgónea cabeza de una arpía
sino el valioso potencial de mi cerebro.
Con poemas de acero toledano
separé la testa de mis adversarios,
como un Perseo moderno bien armado,
o petrifiqué a quienes reprobaron
la conducta enamorada de mi amante.
No me aterran con su ojo único
y su diente compartido y fiero
las tres Grayas que parecen cisnes
de primigenias edades ya olvidadas,
porque puedo volar a las regiones
donde habitan los dioses hiperbóreos.
Las serpientes engendradas en la arena
por las gotas de sangre en el desierto,
jamás salpicarán con su saliva
la tersa calidez de mis amores,
ni asfixiarán con su vientre ondulatorio
a la celeste y prisionera Andrómeda.
Aunque sé que todo es pasto del olvido,
seguiré con mi espada vengativa
combatiendo, sobre el tiempo y el espacio,
a favor de la vida en este suelo
maltratado y feraz como ninguno.