Aguaceros de flamenco inundaban los corrales de la pedanía.
Rayaba el día al son de peteneras mientras el céreo sereno
ronqueaba de tanto pregonar silencio.
La niña Araceli derramaba duende a raudales cuando sonaba en
el campanario de la iglesia la hora de los churros con chocolate.
La Autoridad, vestida de aguafiesta, deslizó sus nudillos sobre el
alerce de la puerta hasta desgarrarla de odio y saña.
El olor a sardinas asadas y carrillá en salsa obró el milagro de los
panes y los peces, con Jesús tronando por bulerías y María sin niño
que le estorbase.
Los agentes fueron entregados con la camisa hecha jirones y sin
placa que denunciara su nombre al carrillón del almuerzo, bajo el
saludo de un sol de puro amarillo que hería la pupila.
La Justicia desembocó sana y salva, mas ojerosa y derrotada,
en las dependencias de la Guardia Civil del lugar.