Pienso en el alma que vi tras tus ojos
en los tiempos en que nuestras sonrisas funcionaban como canje de alegría
En los días (y noches) en los que nuestros cuerpos exudaban vida
Pienso en las miles de veces que compusimos e interpretamos las más intensas sinfonías pasionales
Pienso que ahora no quedan más que ecos lejanos luchando por resonar
Pienso en lo hermoso que debió oírse esa melodía si solo sus ecos nos sacan lágrimas nostálgicas.
Pienso en las veces que quisiste ser uno con este viejo roble
Pienso las veces que no me adentré en tu bosque por no perderme y ahora… estoy perdido sin él
Pienso en tantos “y si hubiera…?” que mi pasado se ha convertido en el monstruo más aterrador de mi literatura.
Pero, también pienso en el mañana, pienso en el mar que ahora surcarás, y busco hacer uno mejor
Pienso en repararte, pintarte, pulirte y mimarte como siempre debió ser
Pienso en poner nuevas piezas a nuestra máquina, hacerla funcionar con toneladas de risa, cariño y sobretodo amor.
Si, amor, aquel sentimiento anticuado que lucha por mantenerse vivo en la gente, pero que muchas veces es atacado por vicios quiméricos o simplemente, silencio.
Aquel que si es capaz de provocar la destrucción y creación de civilizaciones enteras, las piezas de arte más bellas, los hechos heróicos y villánicos más grandes en la historia de ayer hoy y siempre… también puede traer tu nave de vuelta.
Amor de esos que hablan los libros de caballería que enloquecieron al Quijote, o mejor dicho, los que lo convencieron de que su vida es lo que decida que sea y no lo que el mundo espera de él.
Si, es raro que un roble hable de amor.
Pero no es raro que el amor hable de un roble.