Si acaso pasas por mi pueblo,
libre, después de tantos años,
hazlo despacio, amigo,
si puedes caminando,
descalzo si es posible,
sin perturbar su descanso.
El dejara que tus dedos
le roben a las paredes viejas,
los recuerdos que el musgo
atesora desde antaño.
Anda por la plaza
donde juegan los niños
y siéntate en sus bancos.
Mira la iglesia y sus campanarios,
luego camina hacia el norte,
por la calle de tierra, sin veredas,
y cuando por un sendero de álamos
transiten tus pies cansados,
recoge sus hojas muertas,
todas las que puedan tus manos.
Veras al final, un rancho abandonado,
entra sin golpear hasta su patio
y en el tizón una a una,
lentamente, quema las hojas,
que recogieron tus manos.
No te sorprendas, si ves un viejo
que cambia su sonrisa, por un llanto.
Sabrá mi padre, que tras las rejas
siempre en él, estoy pensando.