Pienso en ti, sin dormir, tampoco como,
siguiéndote detrás doliente perro,
que zalamero y dócil yo me aferro,
y a tus ojos famélico me asomo.
Ya tengo el corazón de amarte romo,
pues vivir en tu ausencia es un destierro.
Can, sujeto a cadena duro hierro
que golpean con rabia en mismo lomo.
Lamiéndome profundas las heridas,
y esperando me ofrezcas un mendrugo;
ya apiadada te ofreces y me cuidas.
Salvándome incensíble y cruel verdugo
con tu amor (mi seguro salvavidas):
al que presto me pongo suave yugo.