Al hablarme tus labios de divina doncella,
como música harmónica de ideal violoncelo
escuchaba tu voz de oceánide, de cielo,
como absorto. De pronto, dos pregones de estrella
conturbaron mi seso causando dulce mella:
¡reflejéme en tus ojos de inocente desvelo!
La plática no oía, quedé mirando el suelo
por causa del abismo de la atmósfera aquella.
Quedé mirando el suelo ocultando mis sonrojos
y exclamando en silentes arrebatos \"Sus ojos...\".
El sol, tras la ventana, que se iba asomando;
mi madre -Dios lo quiso- que spleen convalecía;
tu elocuencia; ¡tus ojos! Tal recuerdo de cuando
mi alma pudorosa exclamó que te quería.