Se dieron la mano y, sin pensarlo,
caminaron sobre las vías tortuosas
y difíciles de la vida,
haciendo mil equilibrios,
y sorteando obstáculos que parecían insalvables,
pero siempre apoyándose
y manteniendo sus manos unidas.
En aquel recorrido unieron sus latidos,
sus esfuerzos y su energía
y compartieron la sonrisa de la vida
cuando amanecía cada día
y también la tristeza de las sombras y la lluvia.
Pero fue bonito caminar así,
luchar y sacrificarse por algo tan hermoso
que no tenía nombre
y era imposible de calificar.
Al final consiguieron llegar a la estación
y así iniciaron una nueva primavera.
Rafael Sánchez Ortega ©
30/03/18