Yo, que soñé conquistar al mismo amor,
solo logré una guerra que aún no termina,
sus espinas desangran mi cuerpo,
desatan tormentas en mi alma.
Quisiera enterrar el mundo con mis propias
manos, esas que un día sembraron en el,
toda ambición deseada por un hombre,
toda locura sin límites.
Desperté a los dormidos dioses con mis cánticos,
amamanté a la muerte en su espera.
Pude obtener absolución de pecados sin penas,
la misma vida en un regocijo espiral de sinfonías
me hizo su anfitrión más deseado.
Pero un día escuché una canción, una canción que arrulla
muertos y… todo cambió
era la misma muerte que en su andar pasmo
y sin afanes venía por mí.
Estaba perdido, pájaros en estampidas emigraban de mi alma,
ya en la rosa se apagaron sus colores,
ya en el cóndor se quedó su vuelo,
ya de amores de otros tiempos no se volvió hablar.
La vida se acorto como una llama fugitiva,
la ninfa ha desplegado sus alas al cielo y el olor a vida
se ha esfumado de mi cuerpo putrefacto.