De pronto todo está bien,
la brisa avanza con el corcel de la esperanza.
De pronto llegan luces, inciensos,
copas y brindis, el éxito anhelado
y el bienestar
Son momentos en que las calles se ensanchan
y se extienden como verdes praderas
matizadas por el sol,
momentos de viva luz en que los cielos sonríen
y abren sus puertas para que los ángeles
aplaudan
Pero de pronto los días son cenizas,
nieblas grises que opacan los caminos,
sinfonías lentas o tétricas que anestesian
nuestros estados de ánimo,
y todo se vuelve lóbrego y escabroso
Son momentos de veredas tortuosas,
cuando las filosas piedras hieren nuestros pies
y ya no podemos caminar.
Entonces nos hincamos de rodillas,
vislumbramos el cielo y no vemos nada.
Volvemos a levantar la mirada
y solo percibimos sombras y siluetas
que parecen alegrarse de las desgracias
Así se mueve el misterioso árbol de la existencia,
en ocasiones acariciado por brisas serenas
y otras azotado por recias tormentas,
tal vez buscando una armonía desconocida,
un equilibrio universal que la mente no percibe.
Pues nosotros tan solo podemos mirar al cielo
y contemplar sus doradas puertas,
a la espera de que puedan abrirse ante la felicidad
o cerrarse ante las tristezas
De mi poemario El tiempo y su legado