Estoy moribundo
nadando en la cadencia de tu tranquila huída,
respirando viento fresco del pasado
es tu sudor de sal de vida
esa angustia perdida,
del ensamble de un perfume amado.
Es mi duda una estrella
que se asoma y parte,
el misterioso horizonte de tu espalda,
vaivén de recuerdos
es la profundidad de tu alma,
voy a ella sin quererlo,
en espacio vacío
del remolino que guardas.
Me adentro pues,
a la más honda oscuridad de tu existencia,
éter enervante de mis penas y alegrías,
ondas de deseo renacen en mi desgastada barca,
profunda soledad
es la tempestad que se avecina,
rayos que calcinan
hasta el más sincero despertar de los suspiros
son la dignidad de lo prohibido;
y antes de escribir mi nombre
en el corazón de perlas de tu ombligo,
un fuerte oleaje de prejuicios me revuelca,
me saca hasta orilla,
no soy más entonces,
que el arrojo putrefacto de tus labios mudos
que me estrellan en las rocas de tus muslos fríos.
¿Tan peligroso es nadar en el mar de tu silencio?