El cielo bosteza y los árboles
están hojicaídos.
Ya nada es lo que era
en esta rezagada primavera.
Ante semejante panorama
me marcho de este lugar
sin llevarme huellas.
Seguiré la estela
del primer caracol
que pase por mi lado
sin perder de vista
su espiralado caparazón.
Albergo la esperanza
de que me guíe a un mundo
diametralmente opuesto a este.
Un lugar estrambótico,
en el que el rocío pulverizado
se impregne
de renovados arcoíris
y donde la suerte
no dependa de trévoles
de cuatro hojas
que lancen dados.
Donde los números
solo sean útiles
para descontar
los besos dados.
Cualquier sitio
donde la mecha de la bomba
tenga forma de comba
para saltarla
sin ser antipersona.
Será crucial
que la meritocracia
no se cobre con vidas
ni se haya inventado
aun la mentira
por no ser necesaria.
Ese mundo donde
las desgracias
tengan más que ver
con el exceso de felicidad
que con la carencia de afecto.
Tengo que encontrarlo
aunque sea lo último
que haga y llegue hasta él
con las plantas de los pies
en carne viva.
Más vale carne viva
que corazón muerto.
Rebuscaré debajo de las piedras
y sacudiré las nubes
si es preciso.
Haré varios altos en el camino
para mirar hacia atrás
y asegurarme de que nadie
me recuerda.
Lo buscaré con ahínco
porque estoy convencido
de que ese lugar existe.
Hace algún tiempo
que debí haber
Emprendido la búsqueda,
no es sino que antes
quería cerciorarme
de que mi aburrimiento
no era imaginario.