En ese foro global
que es el internet actual,
leí un precioso mensaje
sobre cierto personaje,
que encerraba una lección
de éxito y superación,
tras una dura batalla
contra un destino canalla,
extrayendo de flaqueza
la necesaria entereza,
con coraje y voluntad
y en completa soledad,
sin que le echara una mano,
ni ser divino ni humano,
ni el personaje citado
la hubiera solicitado.
En el duro aprendizaje
del autor de ese mensaje
ningún dios, según parece,
para ayudarle aparece.
Luego, en torpes comentarios,
muy gratuitos y sectarios,
absurdos, de todos modos,
dios anda en boca de todos.
Hay gente que a toda greña
en meter a dios se empeña.
Lo suben, como coautor,
al carro del vencedor,
alabando con pasión
la divina intervención;
según algún majadero,
de Dios fue el mérito entero.
Piensan los cantamañanas,
que Dios es un campeón
que lucha como un león
por tu causa... cuando ganas.
Sería distinto el caso
tratándose de un fracaso:
si una catástrofe adviene
ahi, parece, no interviene
y rápido escurre el bulto
pues no contribuye al culto.
Con mal trazo bien escribe,
se dice, cuando se inhibe.
Se inhibe en cosas tan serias
como evitar las miserias
de la enfermedad, la guerra,
la muerte y la vida perra,
del hambre y de la injusticia
causadas por la avaricia
de unos seres insaciables,
carroñeros despreciables,
los abusos a menores
muchos de cuyos autores
son personas religiosas,
por tal, doblemente odiosas.
Manuel Alcántara, un genio
con su proverbial ingenio,
dice que si existe dios
le debe una explicación.
Y, llegados a este punto,
perplejo, yo me pregunto
por qué habla de dios la gente
como si fuera evidente,
cuando no hay hecho ni ciencia
que demuestre su existencia,
y me pregunto, asimismo,
por qué ese protagonismo
se le supone, sin prueba
de que un solo dedo mueva,
por qué usa el ser humano
el nombre de dios en vano.
© Xabier Abando, 29/09/2016