En las rodillas raspadas de algún niño que ríe o en la sonrisa cansada de un anciano que espera...
Raras veces, pero sucede, el dolor y la alegría se encuentran, se miran a los ojos y bailan algún tango.
Y uno está ahí, dejándose atravesar, conmovido, conteniendo el aire (y el amor), como ese mismísimo instante en el que se sale del agua a respirar para volver luego a sumergirse y seguir nadando hacia la orilla.