La puerta de la capilla
cuando moría la tarde,
golpearon con impaciencia
sus manos de niña madre.
Perdóneme señor cura,
pero debo confesarme,
Dijo esa niña harapienta,
de quien no puedo olvidarme.
Se arrodillo ante la cruz,
y yo la deje que hable.
A usted que llaman Jesús,
y que solo tuvo madre,
escuche a mi corazón
y diga, si soy culpable.
Mis años que son catorce
pase entre montes y obrajes,
aceptando la dureza
que habita en esos parajes.
Mi cuerpo, le ira diciendo,
lo bien que conozco el hambre,
y las prendas que me cubren,
mi pobreza hacen palpable.
Ha los trece una noche,
dejo un ultraje en mi vientre,
para borrar su dolor,
una semilla latente.
Así llegue a ser mujer,
y madre a los nueve meses.
Como un animal salvaje,
parí a la orilla del río,
una niña a cuyos ojos,
le habían robado el brillo.
Sus manitos eran dos ramas,
ansiosas de mi cariño,
pero a mi lado la muerte…
vi reírse de su suerte.
Tanto llore aquella noche,
que se hizo río el camino,
que recorrí con mi niña,
apretada entre estos senos,
que nunca serián su abrigo.
Mire de lejos la puerta
que se abrió para su auxilio,
y sentí que a mis entrañas,
la desgarraban cuchillos.
Desde ese entonces mi vida,
ha sido solo delirios,
por eso vengo a pedirle
poner fin a este martirio.
Cerro su boca la niña
al verlo llorar Cristo.
Él se bajó de la cruz
le brindo sus alas de ángel
y el cielo tuvo una estrella
con alma, de niña madre.