Un grupo de ranas cruzando iba el bosque
y dos, por desgracia, cayeron a un hoyo
y, en vez de ayudar y brindarles su apoyo,
el grupo miraba, asomado en el borde,
los vanos intentos que, abajo en el fondo,
hacían las ranas de aquel agujero
buscando escaparse del atolladero,
y escépticas, viendo aquel hoyo tan hondo,
las ranas de arriba a las otras gritaban
que, siendo imposible escapar a la muerte,
debían, sin más, resignarse a su suerte,
que, sobra decirlo, también lamentaban.
Las ranas del hoyo seguían luchando
y en dar grandes saltos ponían su empeño,
en tanto las otras fruncían el ceño,
mal fin a la pobre pareja augurando,
así que una de ellas, desmoralizada
por tales augurios, dejó de saltar
y al fin pareció que razón fuese a dar
a las agoreras, muriendo extenuada.
Triunfante su tesis, con muchas más ganas,
pues no iba a salvarse, por mucho que hiciera,
a aquella infeliz, de que ya se rindiera,
consejo le daban, gritando, las ranas.
Pero ella, tozuda, luchando siguió,
poniendo atención en hacer mejor salto,
y en cierta ocasión saltar pudo tan alto
que al fin, de aquel hoyo, salir consiguió.
Y al verla, ya fuera, las otras dijeron:
“A salvo, contentas estamos de verte.
Discúlpanos tantos augurios de muerte”.
Enorme sorpresa causó lo que oyeron
decir a la rana, porque agradecía,
con gran alegría, sus gritos de apoyo,
que habían logrado sacarla del hoyo,
por más que, al ser sorda, escuchar no podía.
La fábula enseña una gran moraleja:
Algunos consejos deciden la suerte,
en casos extremos, la vida o la muerte;
cuidado, por tanto, como se aconseja,
so pena de hacerse del fin responsable;
cuidado asimismo si lo que se escucha
hacernos pudiera cejar en la lucha
contra un cruel destino, tal vez evitable.
© Xabier Abando, 15/12/2017