Yo comparto tristes días
con una pequeña hacienda
cercada, breve y desierta,
de nombre casi olvidado,
donde unos naranjos chicos
de destartalada sombra
declaran la desterrada
tierra que ahora resido.
Por paredes solo tengo
lo que mi vista comprende,
el cielo y distantes sierras
y vagabundos pinares
que adornan unas cercanas
solas montañas hermanas,
donde persiguen el alba
acomodadas casetas
de veraneo que están
casi a punto de enviudar.
A la izquierda yo me encuentro
un moribundo parral
que me llora su soledad
y ya oigo yo recitar
a los tordos y los mirlos
canciones de funeral.