Había nubes grises
había igual sobresaltos
estaban los esteros y
estabas tú, dulce encanto:
con una mano extendida
cual brisa suave,
que arropa al desalentado
que avanza conjunto sus pasos.
Como al viejo árbol,
cuando despojado de sus hojas muere,
así mi espíritu se va hundiendo
en las enfangadas estrías
de este suelo pantanoso;
así caen mis lágrimas quebradizas
a los huesos húmedos de la aberración informe.
Y ahora, dulce encanto
que tu brillo no más me acompaña
de arenas movedizas
no salvan mi espíritu tus manos milagrosas.