Yo sé quién es Cucayo,
un párvulo de Huina,
negro como la noche,
que impávido camina.
Retoza en el moreno
perfil de la ribera,
con prontitud de corzo
sobre quemante arena.
Tras de sus blancos dientes
se asoma como un cisne
su risa impertinente
de rápidos esguinces.
Fuego de dos veranos
oculta en la mirada,
con el que purifica
sus penas ignoradas.
Sus ojos son lejanos
remolinos del mar,
inquietos como espuma,
llenos de soledad.
Lleva un silencio raro
en su palabra incierta,
el pelo enmarañado
sobre brillante testa.
¿Su edad? La suficiente
para sentir tristeza,
para bogar con aire
de lánguida pereza.
Ávido y sin futuro
lo va dejando el tiempo,
tirado en una playa
palúdico y anémico.
Talvez su negra estampa
se quede en la hojarasca,
talvez despierte pronto
al grito de su raza.
Aunque parezca ingenuo,
en su silueta oscura
se pone por coraza
un rictus de bravura.
Es el símbolo exacto
de mitos y leyendas,
producto de una raza
que es blanca pero negra.