Lágrimas que caen de unos ojos distraídos; y en un alma se provecta la gravedad teñida de los últimos años de una inocencia. La luz que se funde en gotas salubres desde el momento de su salida hasta el instante de impactar en el suelo.
- Felito por favor…
Rebeca barría calles de madrugada y fregaba vasijas en un comedor de anciano por un modesto salario.
Dinero que solo empleaba en su hijo; apenas alcanzaban para un par de zapatos de feria y si algo quedaba era para la merienda en la escuela.
Ambos vivían en una casita de madera con hoyos en las paredes y en el techo. Cuando llovía, desde la calle, a través de las rendijas se notaba que estaban arrinconados huyendo de la fría lluvia.
Rebeca consentía mucho a su hijo, con lo poco que tenía.
Y así, con esa miseria, como buena madre soltera sacó adelante a su hijo.
Rafael era un niño inteligente y con muchas ambiciones, siempre tenía buenos resultados escolares. Casi todo el tiempo andaba solo y mal vestido, por lo que sus compañeros de aula lo llamaban EL RARO.
La maestra siempre tenía al tanto a Rebeca de los resultados de Rafael. Y esta, orgullosa de su obra, pasó un día de clases por el aula de su hijo. Cuando Rebeca se paró en la puerta del aula; Rafael, sintió mucha vergüenza de su madre.
- ¡Miren señores!, la visca, la barrendera, la madre de Rafael
Eso era lo que se solía escuchar entre dientes y risitas de muchos alumnos.
Mientras la maestra se bebía sus lágrimas por la reacción de Felo.
Fue así como le llamó su madre cariñosamente, el que salió corriendo con cara de espanto, el que ofendió y empujó a su madre. Madre que quedó abochornada por su consentido hijo en el pasillo y con una modesta merienda en la mano.
Rebeca rajada en llanto, en los brazos de la maestra, le atribuía el mal comportamiento del hijo a su etapa de adolescente.
- Rafael por favor no te vayas, te traje una merienda, no me dejes así. Felito… ven aquí…
Esa noche, de llovizna; Rafael no aparecía. La comida estaba casi fría en la mesa. Esa pitanza de comedor de jubilados, elaborada con lo que el administrador del local les daba a las cocineras, para que hicieran magia.
Rebeca; con aquella ropa que le descubría el cuerpo de la frialdad de la noche, y aquellas chancletas cocidas con alambres, chapoleteando el fango del callejón, salió buscando a su amor incondicional.
- ¡Rafael!... ¡Felo!… ¿Dónde estás?
Agotada de pasar la noche deambulando por la calle regresa a casa; y allí, en el portal, estaba ese malcriado tendido como una sábana en el piso; había tirado toda la comida al piso.
- Mi niño… donde estabas …te he buscado por todos lados
-Ya déjame, vieja fea. No te quiero. Eres un bochorno para mí.
- Pero como vas a decir eso Felo. Si todo lo que tengo es para ti.
-¡No te quiero, ya déjame!
Así fue la vida en delante entre ambos, hasta que Rafael fue creciendo y estudiando se ganó una beca en una universidad fuera del país.
País, en el que construyó un lindo hogar. Se casó con una hermosa y buena mujer, la que le dio un Rafelito y luego, una hembrita, venía en camino.
Mientras Rebeca seguía en aquella casita de tablas, donde llovía más dentro que fuera. Barriendo las tristezas de las calles, y fregando la grasa de unos cuantos calderos, por un poquito de dinero y un plato de aquella comida asquerosa. Su salud estaba deteriorada, la falta de alimentación, las malas noches y aquel peso que le había causado el nacimiento de su desagradecida criatura humana.
Un día un vecino del barrio, forzó la puerta de la casa de Rebeca; el hedor a carne podrida era enorme.
La calle que solía barrer Rebeca no era común que estuviera llena de churre, ni que las cocineras del comedor de jubilados estuvieran protestando por las ollas sucias.
Cual, la sorpresa del vecino fue ser testigo de aquella imagen putrefacta de Rebeca; y que en la mano llevase una foto de su hijo.
El niño Rafa, niño que fue criado por la madre con lo que pudo y lo mejor que tuvo a su alcance. Aquel que abandonó a su mamá cuando terminó la secundaria por que la creía un deslustre.
Aquel vecino; Ernesto Rojas, llevaba casi toda una década viviendo en ese lugar; testigo de muchas injusticias y que el solo callaba por no buscarse problemas.
Dos meses después, Ernesto encontró a Rafael en Facebook
- Hola Felito, te acuerdas de mí, soy yo Ernesto Rojas, tu ex – vecino
-.. que tal… como está usted... aaa por favor no me llame Felo...
-Bueno Rafael, te escribí solo porque me sentía con el compromiso de hacerte llegar la noticia de la muerte de tu madre, Rebeca Centela Rout y está enterrada en el NICHO 65.
Rafael sintió una angustia inexplicable, que le golpeó el pecho.
A la mañana siguiente le comunicó a su mujer de un viaje inesperado y pidió permiso en su empresa para ausentarse varios días; compró un boleto de avión y partió de vuelta al hogar en el que nació. Felo que ya tenía la conciencia sucia, pensaba que con un ramo de flores y unas cuantas lágrimas iba a purificar el alma.
- Rafael, eres tú?
- Si soy yo, y ¿usted es Ernesto?
- Mire pienso que estas llaves le pertenecen a usted. Si necesita algo puede contar conmigo. ¿Se encuentra bien?
-Si… estoy bien… por favor, déjeme solo… Está como mismo la dejé hace unos años atrás, los mismos hoyos en las paredes y en el techo. Ese búcaro de bronce que tanto tire al piso, sobre la misma mesa de tubo. Y la cama personal, en la que solíamos dormir los dos. Discúlpame mamá, si me estas escuchando. ¡Te imploro perdón!
-¿Rafael?. Perdone usted que le interrumpa con su ritual de hipócrita. Pero aquí le tengo unos documentos que no se si le van a gustar.
-Ernesto, no falte el respeto a mi presencia en este lugar.
- Bueno, ¡eso que se lo dicte su conciencia! Pero en esta caja que le traigo, podrá encontrar unos documentos, y unas fotos. En tales escritos alegan las autoridades que tu madre fue víctima de violación por partes de varios prófugos; y que de tal crueldad fuiste el fruto que le dio alivio Rebeca. Espero que si en la vida humana existe justicia seas castigado por tu ingratitud.
En una de las fotos de la caja, estaba Rafael, un retrato de su niñez, y por la parte de atrás, escrito, Felito, como le llamaba cariñosamente su madre, Rebeca.
Estuvo llorando durante horas, …y más horas.
Él sabía que había cometido un enorme crimen con su madre; por llamarlo así. Que todas las flores del mundo, y las lágrimas que le pudieran quedar dentro de sí, no lo iban a justificar, ni lo iban a salvar del infierno.
Adornó la tumba de su madre con enormes cantidades de flores
Donó una buena suma de dinero al estado para que su antigua casa fuese remodelada, convertida en un orfanato y un local de beneficencia para necesitados.
Retorno a su actual casa, junto a su mujer, con su Felito, para estar presente en el nacimiento de su Rebequita.
Felo, le contó la historia a su esposa, como debía de ser. Estuvo pendiente de la obra que había dejado atrás durante varios meses, pero tales proyectos no borraban nada de su alma y una noche del 16 abril, en su propia oficina, lo encontraron colgando de una soga. El mismo día que cumpliría años su madre y que por alguna cuestión no felicitó, ni besó.
…Una mujer…un Rafelito y una pequeña Rebequita, quedarán solos… o tal vez sin la compañía de aquel patrón, padre de familia o quizás sin aquel hijo que portaba un alma manchada que fue víctima de los mimos de su madre.
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Pedro J.M.Valenciano
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