El día aún ni ha empezado bien, apenas en realidad, nótese cómo empieza pintado de nubes grises, acompañados de pequeñas lloviznas como el rocío que se desprende de cada rosa al amanecer.
De repente se me perpleja la vista con una luz, hasta parecía ser que ha salido el sol, que como por un descuido Dios ha permitido que ocurra una maravilla de la naturaleza, mas no.
Trato de no parpadear y poner fija la vista pero me resulta un poco difícil.
Lo que estaba delante mío era más que una luz, más que el sol podría brindar al despertar, era magnífica.
Era una dama, con esos pelos pelirrojos casi como el fuego, podía llegar a sentir el ardor en el aire.
Era ella, era ella que causó una impresión de un día soleado, de esos que ni siquiera puedes mirarlo, fue ella la que le puso color a mi mañana inocuo y algo desalentador.
Mas, quien es ella?
Sería una princesa fuera del cuento de hadas?
O quizás, una diosa.
Me asome a ella, no tan cerca como para que pase de desapercibido, tampoco muy lejos para que pueda verla los ojos, me perdí, cuando me toma de sorpresa y mis ojos han entrado en contacto con los suyos, que al instante me encontré nuevamente, fue tan efímero y duradero a la vez, todo en un piscar de ojos.
Y que ojos, eran verdes o tal vez marrones, quizá, una mezcla de ambos, pero eran los ojos más bonitos que vería nunca y la seriedad estampada en su rostro.
Era de lejos una maravillosa mujer. Sus rastros eran finos, tenía una estatura baja que encuadraba perfectamente con ella, que solo le complementaba más a su simetría corporal, podía percibir la fineza de su piel, sus labios carnosos, la leve línea que enmarcaba su mentón y sobretodo su llamativo color de pelo. Era deslumbrante, oh Dios, sin duda, era bonita, hermosa, tanto que resultó ser inefable.
Era ella, la mujer más bella.