Hombre tan triste como yo ninguno,
que por la ausencia que me das te bramo,
te busco, te persigo y te reclamo,
pues de los besos tuyos ando ayuno.
Mi dolor sin tener consuelo alguno
llagas que, como cánido, me lamo,
y por tu desamor al cielo clamo
insufrible rigor que en mi alma acuno.
Al cargar sobre mí tan duras penas:
el corazón lo tengo de hojalata,
la sangre se hizo escarcha ya en mis venas.
¡Acaba mi agonía y desbarata
rompiendo, amada mía, las cadenas,
y, de este infierno, nuestro amor rescata!