Las osadas Pléyades buscan marcar el rumbo
cuando Orión, temible guerrero, de tumbo en tumbo,
cansado se encuentra de su persecución.
Arado ya el cielo por el valiente Boyero,
está listo para el brillante surco certero
ruta que es previa al camino del rey Asterión.
Posterior a la lucha de las constelaciones
que buscan reverdecer todas las ilusiones
del viento que canta como gentil trovador,
con veloz, cuidado y febril orden ya se ubican
las místicas cuerdas que tiernamente repican
en el laúd que emerge con un sueño de amor.
¿Dónde se encuentra la dulce mirada, la dueña
del verso que traspasa la sombra de la peña
para llegar al universo del corazón?
Sola, frente al espejo suspirando contempla
el intenso y fuerte poema que a diario templa
el nombre que en la rosa se transforma en botón.
Así como el cielo batalla dejando su huella
en el castillo, la noche, el verso y toda estrella,
lucha furioso el poema con el trovador.
Por dentro suspira con ardiente ira y pelea
para encontrar el extraviado grial que flamea
en el mar ignoto que espera un conquistador.
Batido en combate, el mar entrega como trofeo
al grial áureo, del trovador su deseo
y sustancia selecta para su inspiración.
Luego, con premura se fuga un veloz velero
tras las huellas dejadas por la luz del Boyero
en busca del beso de la rosa hecha botón.
Tras recorrer elegante el laúd por el aire
deja su estela con premura y todo donaire
que el grial impregna en la sustancia del trovador;
quien imagina extasiado diez mil nuevos mundos
surgiendo de mil caos oscuros y errabundos:
es un nuevo universo que nació por amor,
un universo que se refleja en los ojos
y que se come en bocados de dos labios rojos
nutridos por el laúd con su dulce canción;
un universo en el que se han visto y transmutado
una estrella junto con un sol enamorado
creándose el elixir de una constelación.