Recibió mi regalo envuelto en el papel
rugado y quebradizo de los años gastados.
Me miró largamente y leyó mi recado
en silencio, moviendo los labios.
No le dije porqué ya no quise volver
y al final me alejé de su lado.
No lloró. Me deseó lo mejor,
me sonrió sin dolor
y la puerta cerró… sin candado.
Regresé diez mil veces a su lecho fatal,
hasta ver fallecer en su cuerpo mis ansias de barro.
Ella fue en aquel tiempo la que supo crear
de una pluma tirada un gorrión, y hacerlo cantar
las canciones amargas de antaño.
Ella fue la que me hizo llorar
cuando supo olvidar
lo vivido en su mar de naufragios.
Las palabras “te quiero” nunca fueron, jamás,
parte alguna de su diccionario.
Y aquel “yo te deseo” se tornó en letanía
que llenaba su diario.
De su copa de vino supo hacer una fuente
que embriagaba mi alma y causaba mi sed
de querer ya no ser lo que fui en su pasado.
La olvidé al igual que se olvida
un recuerdo muy triste que queda
para siempre arraigado a la vida,
y que habrá de surgir con uñas de metal
para abrir otra vez nuestras viejas heridas.
©Luis Morales
Diciembre 23 de 1986