Un castillo ya por el tiempo ajado,
unos ríos de barrancos profundos
y viejas calles de perdidos mundos,
en fin, un Albarracín agostado.
Allí se hallan fantasmas del pasado
y son eternos los breves segundos,
pues allí permaneceremos juntos
sin perder nuestro paso enamorado.
No volveremos, no somos aquellos,
otro sino el devenir nos depara;
de la brillante luz restan destellos
y aunque el inmortal tiempo nunca para,
quienes fuimos, por siempre serán bellos,
que en Albarracín, nada nos separa.