¿De qué hablar en un mundo atormentado
por una especie que se dice humana?
Reír es muy difícil cuando el llanto
se asoma involuntario a las pupilas
de los que sufren, como yo, la guerra,
que desborda la paz con su sevicia,
y la fea ambición que nunca sacia
su vientre adiposo y mal formado.
¿De qué hablar si el hombre yace sordo
sobre la triste realidad que muerde
como fiera sin control y hambrienta,
la justicia tantas veces masacrada
en los estadios de la ley y el orden,
mientras duermen seguras en su lecho
la miseria y la abulia centenarias?
¿De qué hablar entonces cuando miro
la destrucción implacable del planeta?...
¿De la ciencia y el arte como espejos
donde puede reflejarse el porvenir
sin tantos nubarrones y tormentas?
¿Quizás de las agónicas bellezas
que mueren cada día bajo el peso
de la espada regida por el crimen?
Sólo atino en mi demencia pávida
a levantar la voz, lejana y fuerte,
para gritar sobre la vasta esfera,
de polo a polo y sin temor alguno,
que afirmo mi protesta libertaria
como marca indeleble y poderosa
contra el silencio miserable y plebe.
De todos modos, en mi pecho siento
un demonio amoroso que me dice:
No desmayes poeta, que mañana
saldrá el sol otra vez sobre la tierra,
donde vive escondida la esperanza
como alerta paloma mensajera.