Usted y yo jamás nos despedimos.
No dijimos adiós ni un “hasta luego”.
Y vaya que sabemos que hubo fuego
y, aunque no fuera amor, sí nos quisimos.
Tal vez un poco más que otras parejas
y mucho menos que Romeo y Julieta,
pero sospecho que usted y yo sentimos
y gozamos de Cupido la saeta.
No estaría mal, después de tantos años,
tomarnos un café y así enterarnos
en charla casual, de amigos viejos,
cuánto llegamos a extrañarnos
una vez que estuvimos ya muy lejos.
Y cuándo fue que por fin nos olvidamos
a pesar de que usted y yo nos conocimos
en bíblico sentido, y disfrutamos
igual que Adán y Eva. ¿O lo negamos?
Ya no habrá en nuestros vientres mariposas
ni habrá palpitaciones desbocadas.
No le regalaré un ramo de rosas
ni un ramillete de violetas desmayadas.
¿Qué importa que el tiempo haya pasado?
¿Qué importa si la piel ya se ha arrugado?
Es también natural que en nuestras almas
y en nuestros cuerpos ya todo haya cambiado.
Mi sentir es de amigo, simple y puro.
No espero que volvamos a besarnos,
y mucho menos –le aseguro-
que usted y yo volvamos a acostarnos.
Solo quiero concluir la despedida.
No me gusta dejar cosas a medias.
Decirle “hasta nunca, amiga mía”;
llevarme una memoria compartida,
dejar una flor sobre la mesa
y regresar en silencio hasta mi vida.
©Luis Morales
Abril 10 de 2017.