Tengo frío, mucho, pero que mucho frío.
Caían de un cielo vespertino blancos copos de desolación.
El cartón que me aísla sin lograrlo se deshacía tierno,
incapaz ante la insistente nevisca.
Me retuerzo cual caracol, ovillo desmadejado.
Me espera una larga noche.
Las horas que serán deshojadas se cernirán sobre
mi piel como carámbanos que apuntan a un cráneo que
no admite filosofías. Ser o no ser...
San Petersburgo no está hecha para ser visitada cuando
duermen los pájaros, y menos cuando sus calles están
cerradas a la sensatez.
Alargo la mano para acercarla al fuego, a un fuego blanco
que me hace olvidar que existo. Un buen trago de vodka
convierte en lava la sangre que torrentea todavía por mis
escleróticas venas, aún azules de aristocracia.
Sé que mi vida se me despide lenta por esta alcantarilla
que me acompaña, que me susurra efluvios de una
civilización que se asienta sobre la inmundicia.
No soy un desperdicio, aunque me miren como si lo fuera.
Solo soy un desgraciado que puso sus pies en un lugar
inadecuado, a una hora intempestiva...