En una casa, una terraza,
en la buhardilla o en su cama,
el sol se pone en la ventana.
Y hay un chiquillo asustado
del hechizo de la Luna,
con un libro entre las manos.
Pero asombro de todos;
ya no quiere soñar,
se acabaron los cuentos de luz y de magia,
el jinete y su lanza,
el dragón infernal,
y la nave que representa la libertad.
Los salones de Moria se han quedado pequeños,
el río, el valle, y la ciudad de los hombres.
Bajo el cielo de Gondor
ya no hay más horizontes.
Él ya no quiere ser húesped de los reyes del norte,
de las gentes sencillas de la vieja Comarca,
ni acampar junto al río
donde susurran los árboles.
Quien fuera Túrin Turambar
burlador de serpientes,
el guerrero valiente
de las Tierras de Aquende
al otro lado del mar.
Quien pudiera gozar
del mortal privilegio.
Ser verdugo de amigos,
a su hermana amar,
haber sido testigo
de crímenes sin igual.
Quien pudiera encontrar
los motivos bastantes
para hablar con la espada
de sus grandes desastres.
Y a la hora de la muerte
escoger fecha y lugar.