El hilo en el ojal con delicadeza
debe por diminutos bordes
su seda piel traspasar sin rose.
El pulso del desatinado sastre,
donde el viento pasa como fina hebra,
con su mano trémula calcular el paso
de una punta despuntada del hilo intenta.
“torpe… estúpido… ¡viejo lastre!”
masculla contoneándose la caprichosa hebra
diminuta. astuta. socarrona
al senecto arquitecto zambulle en cristales y mofa.
Sofocado y melancólico, el sastre suspira
una mano en la hebra y otra en su tristeza,
a las manecillas maldice, quienes al tiempo devoran
y al cucú que se asoma en el umbral de su ceguera.
¡Ah! ¡Desdichado! ¡Despreciable tirano!
Otra hebra más
que al ojal desde el ovillo.
de la maestría de tus manos.
¡se ha fugado!