Desde un lugar de la calle
paseaba una muchacha,
el pueblo era muy pequeño
desde el centro de la plaza,
al salir del caserío
me cautivaron sus ancas,
redondas y cimbreantes
que su andar contoneaba,
mientras dejaba el paraje
bajo de ocho farolas,
sonámbula por la noche
la luna llena miraba.
Esplendente rosa en flor
apuntaba a las estrellas,
su aire trenzaba luceros
con su belleza más bella,
y al pasar junto al camino
en la falda de la sierra.
Bramaba lejos un ciervo
despertando pasión cerca,
atormentaban mis oídos
mil volcanes, mil hogueras,
sus labios rojos de fresa
explotaban en la selva.
Por encima de este suelo
pasaba la luna lenta,
miraba con luz de estaño
y nos vigilaba atenta,
los botones del vestido
se los desabroché a tientas.
En las ojos de la noche
galopaba en blanca seda,
con dos magnolias que al viento
le adornaban muy discretas,
los dos senos que miraban
orgullosos las estrellas.
¡Oh cielo tan estrellado!
desde el confín de su falda,
bajo de su polisón
ví su flor por vez primera,
el cristal estaba intacto
bajo el enagua de aquella.
Acalla el ruido Señor
de la fiesta de la aldea,
mientras una cerrazón
con arbustos de hierbabuena,
ocultaba un lecho donde
¡La pasión brincaba suelta!
Un gemido último y sordo
se escucha de la maleza,
que evapora del rocío
al calor de una pareja,
se cerraban ya sus ojos
la moza estaba sin prendas.
Y este pasajero hombrón
negaba sentir vergüenza,
¡Ocho campanas sonaron!
al compás de las estrellas,
ocho coplas en la noche
me entregaron su tristeza.
Claudio Batisti