En las tardes de invierno
cuando el frio arrecia
sentada al brasero
junto a mi abuela, con los ojos abiertos
embelesada y quieta
oía sus cuentos, sus leyendas viejas
y reia dichosa
al oir de sus labios
las travesuras de mi padre
en su infancia tierna;
apoyada en sus piernas preguntaba las cosas
que del mundo un niño
a comprender no acierta
y ella despacio, con infinita paciencia
aclaraba las dudas de mi mente tierna