Gracias a Dios
pude apartarte de mí,
aquel sentimiento profundo
que minaba de a poco mi corazón
ya no lo siento presente,
ya no quebranta mi voz,
ya no sobaja la sinceridad de mi amor,
ya no roba mis lágrimas en secreto,
ya no consume mi tiempo ni mis pensamientos;
tan solo eres un hermoso recuerdo.
Por momentos en mi memoria
ahora se presentarán
aquellas imágenes de ilusión
que las pintamos con naturalidad:
como cuando en un descuido
te robé un beso,
y después de eternidades
abrí tu blusa
para topar tus senos
con mis labios
rebosantes de amor y deseo
que no lo pudimos mas contener,
por más de tantos años
que se volvieron en un instante
un ayer.
O de pronto volverá en vuelo
la imagen de aquel momento
primero... en que fuiste mi mujer,
dejándo recorrer
nuestros cuerpos
por aquellos instintos
de lujuria y de placer;
atados en nuestro subconsciente
por un mal habido orgullo
y un prejuicio
que tejimos alrededor de nuestro ser.
Ese primer momento
que lo soñamos diferente,
maravilloso,
como si fuera nuestra luna de miel;
ese primer momento
en que conocí tu desnudes,
aunque mis manos
ya me habían platicado
de tu sensual y sutil esbeltez.
Ese primer momento
en que conocí uno a uno
los profundos poros de tu piel,
escarbando con mi descontrolada lengua
aquello, que sin palabras me dijera
que siempre fuiste para mi,
aunque ahora según tú eres…
una prohibida e indebida mujer...!
Aquel momento primero
en que después de degustar
los sabores de tu cuerpo,
perdí mi cordura
absorbiendo el aroma adictivo
de tus adentros;
embriagando mi conciencia
por beber tus fluidos acuosos,
que vertían de tus entrañas,
para terminar extasiado,
y perdido
en mi locura,
en mis mañanas.
Momento total y único,
en que la deidad
entrelazó nuestros cuerpos,
de mil maneras,
enredando nuestros miembros;
que al vaivén de las caderas
mojamos nuestra piel
por fuera y por dentro
viviendo la fantasía de ese sueño
que lo añoramos desde siempre,
y que apenas podíamos
empezar a vivirlo,
y en la realidad...
a poseernos.