Los jinetes de la muerte
los he visto en mis praderas
siempre cargando la cruz
como su grandioso emblema;
tienen sus rostros sonrientes
y sus almas como piedras
pero sin embargo claman
de su dios benevolencia
mas no les importa nada
del mundo su gran tristeza
solamente les importa
su poder y sus riquezas.
Ellos condenan las almas
que sus falacias no crean
y dejan rastros de sangre
como los dejan las fieras
que no tienen corazón
para matar a quien sea.
Por eso digo seguro
con el alma bien abierta:
no necesitamos dios
para abonar esta tierra
con los lirios del amor
la verdad y la nobleza.
Ellos silencian las voces
con esas balas siniestras
que pueden matar el cuerpo
pero nunca las ideas,
ya vendrán mil visionarios
que con su noble entereza
recogerán nuestras luchas
levantando las banderas
de la justicia y la paz
que todavía flamean
en las almas generosas
que a morir están dispuestas
para hacer de nuestro mundo
un magnífico planeta
donde se pueda vivir
sin tiranos ni cadenas.
Autor: Aníbal Rodríguez.