Acaricia la tierra entre tus dedos,
siente la suavidad de su generoso aliento
como un tibio efluvio que deja calidez en el alma.
Percibe el aroma de milenios compostados en su vientre,
perfume de edades que fueron y serán por siempre:
la savia dinámica del árbol que siembres,
el canto del ave desafiando horizontes,
la saciedad del hambre con el fruto de tu labranza.
Hay una siembra para todos los días,
también para esos días urgentes cuando sobreviene la angustia;
acaso cuando no haya fuerzas para aspirar las horas
quedará tu leve huella sobre el plantío.