Ya era normal que le visitasen aquellos viejos amigos con sus voces y sombras. Se sentía a gusto sin ellos pero, por dentro, sabía que pertenecían a su cotidianidad d (se dió cuenta cuándo volvieron).
En el vendaval se hizo presente la tierna voz, lo aturdió y lo derrumbó; aquella sombra lo envolvió y lo acurrucó. Lo consoló. Le dijo que ya había pasado todo.
Su lágrimas ardían, quemaban sus pestañas. El aire se había escapado por completo. No había. No existía.
Tan trágico le resultó qué, se rió y arruinó todo. Comenzó a destruir su mundo. Piedra por piedra. Columna por columna. Él estaba quedando entre escombros y le dolía. Le dolía pero no hacia nada, se levantó y miró todo; sonrió y se marchó sintiendo un gran vacío dentro pero, acompañado de aquello que le torturaba.
Y quedó a la deriva, a la intemperie. Esperó y aún sigue inmerso en aquella perseverancia. Sus ojos parecían dos gotas negras buscando un resquicio de luz.