Viejo lobo.
Quiso Dios que un día frío se me enredara en los remos de mí ya cansada barca el mantón de una sirena, quise subirla a mi góndola, pero ella muy esquiva con los dientes me rompía los hilachos de la capa, con interés pregunté:
_Sirena de dulces ojos, cuéntame las inquietudes de tu vida y de tu arte.
Con los ojos muy abiertos, despiertos y muy brillantes, dando una ágil voltereta en un mar de espuma blanca, sin interés respondía:
_Viejo lobo de ojos tristes, no puedo contarte mi vida, no cabría en la tuya.
Pero si agradeceré el detalle que has tenido, te regalaré esta perla que podrás llevar contigo y en las noches de insomnio le podrás contar la tuya.