Vídeo: “Long train running” (Doobie Brothers)
Hemos perdido aquel tren,
postergado con los años.
Sin darnos cuenta se fue,
como se fueron también,
como el tren evaporados,
los años de la niñez.
Por siempre desvanecido
entre la niebla del tiempo,
el recuerdo de su gloria
persiste, empalidecido,
en el baúl polvoriento
de nuestra frágil memoria.
Recuerdo bien el vapor
escapando a borbotones
por la negra chimenea,
con el humo del fogón,
donde rusientes carbones
calentaban la caldera.
Era un sonoro esplendor
la cadenciosa arrancada
de aquel ingenio rodante;
los escapes de vapor
parecían andanadas
de un ronco cañón distante,
en cadencia acelerada,
y los chirridos a ritmo,
por la fricción, de las ruedas,
que giraban impulsadas
por el genial mecanismo
de la biela-manivela
y aquel silbido aflautado,
que anunciaba su presencia
y cuando el tren se alejaba
se escuchaba amortiguado
y decreciente en frecuencia,
como Doppler explicaba.
Esa tracción arrastraba
los trenes de mercancías,
de incontables unidades,
moviendo cargas pesadas
por toda la red de vías
hasta lejanas ciudades.
Por defectos de la vía,
en trenes de pasajeros,
como el humilde correo,
sometidos se veían
los resignados viajeros
a un constante traqueteo,
y si viajaba asomado
alguno a la ventanilla,
podía pagar su antojo
muy caro, si era afectado,
por la odiosa carbonilla,
de auténtico mal de ojo.
Aquellos trenes expresos
de muy largo recorrido,
con lujosos coches cama,
de cubículos estrechos,
donde viajaban dormidos
los viajeros en pijama,
los recuerdo en la estación
de mi pueblo, de pequeño,
entonces parada y fonda,
y bajando del vagón,
con cara de mucho sueño,
los pasajeros en tromba.
Con maletas de cartón,
en vagones de tercera,
viajaba la gente humilde,
sentados de dos en dos
en asientos de madera
sin el respaldo abatible.
Aquel tren de mi niñez
fue testigo imperturbable
de una posguerra muy dura
de autarquía y escasez,
de racionamiento y hambre,
de opresión y dictadura,
de represión y fascismo,
de miseria intelectual,
de exilio y emigración,
nacional catolicismo,
y espíritu nacional
de obligada formación,
de estraperlo y corrupción,
de marciales actitudes,
cara al sol, prietas las filas,
de vivas a la legión,
de frente de juventudes
y de sección femenina.
Éramos gente menuda
sin ninguna referencia
de otra vida diferente,
y aunque la nuestra era dura
por pura supervivencia
había que hincarle el diente.
Vivíamos inconscientes
aun de la propia inconsciencia,
y, en nuestra cándida mente,
hallábamos alicientes
en la precaria existencia
y el encanto suficiente
para vivir el momento
disfrutando buenamente,
obviando la realidad,
de espaldas al sufrimiento,
sin duda más evidente
para la gente de edad.
El tiempo se nos fugaba
entre la escuela, su patio,
chicos aparte de chicas,
y la plaza en que jugaba
toda la panda del barrio
a la comba o las canicas.
Se nos fugó el tiempo, tanto
que nos hicimos mayores
hasta, incluso, envejecer;
la niñez, llena de encanto,
de gozos y sinsabores,
se fue para no volver.
Dejaron para el recuerdo,
como esculpida, la huella,
vivencias gratas o hirientes:
la matanza de los cerdos,
cualquier personita bella,
familia, amigos, docentes,
o aquel tren obsolescente,
que unía pueblos, regiones,
en integración genial,
al servicio de la gente,
potenciando sus opciones,
respetando lo esencial.
Me sugieren sus virtudes,
la integración de naciones
de forma confederal,
en que priman actitudes
de respeto a las opciones
de credo y de identidad.
La voluntaria adhesión
de los pueblos y naciones
hace uniones duraderas
y es la mejor solución
para evitar las fricciones,
según mis entendederas.
Se nos fue, con la niñez,
el tren que marcó mi infancia.
Si hemos de llevarnos bien,
proceder con sensatez
es de vital importancia.
No perdamos ese tren.
© Xabier Abando 28/02/2017