La tenebrosa –o deslumbrante– industria de la guerra
fabrica bombarderos invisibles para el ojo del radar
y radares para detectar aviones
no avistados por los radares comunes.
La medicina cura casi todas las enfermedades,
los cirujanos realizan trasplantes
y la genética nos muestra maravillas
que ponen al borde de la inmortalidad.
Los pioneros espaciales lanzan artefactos
que regresan a sus bases
después de haberse posado blandamente
en algún lugar de los más inhóspitos planetas
del Sistema Solar.
Se disparan sondas que se adentran
en las profundidades estelares
llevando informes cifrados
para cualquier posible inteligencia
que pueda interceptarlos.
A los centros de investigación
llegan cada día mensajes de galaxias
inconmensurablemente lejanas,
que según parece intentan comunicarnos algo
desde hace mucho tiempo.
Existen posibilidades de que en el futuro
viajeros interplanetarios nos visiten,
si es que no lo están haciendo ya
o lo han hecho en el pasado muchas veces.
Científicos como Stephen Hawking
tratan de conciliar,
por encima de sus limitaciones corporales,
la teoría cuántica de Planck
con la einsteiniana de la relatividad.
Así toda una serie de hazañas
en los distintos campos del saber humano,
cuyas posibilidades son la puerta
para la más grande aventura
que pueda esperarse de la materia viviente.
Y nosotros todavía haciendo versos llorosos
para quejarnos de insignificantes tristezas personales
que son menos que nada en el hilo de la madeja cósmica.