Vaya mi
inocencia,
creía que me
ignoraba,
pues debe
saberlo,
Usted me
gusta Señora,
no solo
ahora,
desde siempre,
así lo siento,
mis días,
y mis noches,
son un
calvario,
pienso en
su mirada,
y el rojos de
sus labios,
y a Dios
le ruego,
como en este
momento,
que sea Usted
mi esposa,
para toda
la vida,
que mujer
como Usted,
no existe
otra igual,
y ansío tenerla
en mis brazos,
escuchando
los latidos,
de sus cálidos
y perfectos
redondeles,
que son reales,
está de fiesta
el amor,
ninguno de
los dos,
morirá por
falta de ello,
nos sobran
deseos,
pero no me
provoque Señora,
con su cama de
blancas sábanas,
que en un
instante,
estaré abrazado
a su almohada.
Víctor Bustos Solavagione