Amanecía en el huerto,
sobre la tierra empapada,
se estremecían los aires,
del fulgor de la mañana.
Tan pequeños son tus días,
niña, con cara de plata,
como tristes son los brillos,
que te quebraron el alma.
Hace ya nueve otoños,
bajo el almendro descansa,
en peanitas de piedra,
frías como la escarcha.
Un collar, hecho de almendras,
teje de seda la araña,
edredón de hojitas secas
y una diadema de ramas.
Un vestidito de flores,
de lavandas, de violetas,
y genistas, da la tierra,
...y la niña, dormida se queda.
Mariquitas de rubíes
le hacen roja una pulsera,
con sus élitros de lunares
y pequeñas patitas negras.
Y una mariposa grande,
de alas blancas de azucena,
parece un broche de nácar
...y la niña, dormida se queda.
Dos sapos verdes, al viento,
con la voz grave y serena,
desparramando lamentos
le cantan por peteneras.
Verdes como la cigarra,
que sujeta entre sus piernas,
caracolas de guitarra,
...y la niña, dormida se queda.
Y las raíces del almendro
que la abrazan y la besan,
bailan su danza callada
cual barrotes de una reja.
Dos gorriones van silbando
acompañando a la orquesta
una dulce melodía,
...y la niña, dormida se queda.
Una seta de lunares
con su traje de flamenca,
le da \"pataitas\" al aire,
con el semblante de pena.
Cae la tarde y va tiñendo,
de oropeles la floresta,
queda la niña dormida,
...y la niña, dormida se queda.